Bottle Rocket: el elogio andersoniano de la amistad

Bottle Rocket (1996) es el primer largometraje de Wes Anderson, director de Rushmore (1998), Isla de perros (2018), El gran Hotel Budapest (2015), Los Tenenbaums (2001). En un principio fue un cortometraje que el propio Anderson y los hermanos Wilson presentaron conjuntamente (con el mismo título) como proyecto escolar en la Universidad de Texas, y que, por fortuna, tuvo una buena acogida en el Festival de Sundance de 1994, algo que resultó fundamental para el comienzo de su trayectoria como cineasta independiente[1].

De izquierda a derecha: Luke Wilson, Wes Anderson y Owen Wilson

Bottle Rocket es una comedia con un sentido del humor un tanto melancólico que será recurrente en el cine de Anderson. Filme muy noventero que retrata la autenticidad y los avatares de la amistad de tres personajes desarraigados, tres veinteañeros sin oficio ni beneficio: Anthony Adams (Luke Wilson), Dignan (Owen Wilson) y Bob Mapplethorpe (Robert Musgrave) [2].

De izquierda a derecha: Dignan, Anthony y Bob

En los términos de la cultura utilitarista, competitiva e individualista estadounidense de la actualidad, Bob, Anthony y Dignan son unos losers: tres jóvenes fracasados y sin notables aspiraciones personales que únicamente cuentan con la amistad que conservan desde varios años atrás, con unas cuantas relaciones significativas (como en el caso de Anthony) y con la ejecución de asaltos a lugares inesperados y poco redituables. Robos que hacen sin profesionalismo y que suelen terminar mal, pero que, en efecto, les proveen las únicas experiencias trascendentes de sus vidas, las únicas oportunidades que tienen para subvertir la normalidad (cargada de tedio y frustración) que los oprime.

La sociedad estadounidense vio su propia imagen en la versión más feroz de la selección natural, y sus grupos dominantes, por lo tanto, podían escenificar esta visión competitiva como una cosa que es buena en sí misma.

Richard Hofstadter

Bottle Rocket inicia con una secuencia que marca el tono de la película entera: Anthony abandona por su propio pie y hasta con gratitud el hospital psiquiátrico donde estuvo recluido de manera voluntaria durante un tiempo determinado, debido a que estaba exhausto de las exigencias del mundo, y no porque realmente estuviera loco. No obstante, Dignan cree que su amigo sí estaba encerrado contra su voluntad y, por eso, orquestó su liberación.

Sin embargo, como decíamos, Anthony no está loco, todo lo contrario, es el más lúcido y realista de los tres, pues él sí sabe cómo son las cosas, él sí entiende cómo funciona el mundo, por lo que hasta podría comportarse (ser) como una persona normal, funcional, incluso exitosa, pero, en cambio, le da por salvar a la gente que aprecia, es fiel a sus amigos, en particular a Dignan, un sujeto que vive la ilusión de ser el más audaz y temerario de todos —el estratega de los atracos—, aunque se parece más a un niño que nunca creció, cuya transición al mundo adulto ocurrió sin orientación ni compañía, en pocas palabras, distante de los demás y sin malicia.

Tras salir del hospital psiquiátrico, Anthony no regresó a la normalidad, sino que decidió reunirse con sus dos amigos para robar una librería, aunque el botín no fue la gran cosa y tuvieron que huir, y en la huida arribaron a un motel donde conocieron a Inés (Lumi Cavazos), una camarera paraguaya y de quien él se enamoró de manera intempestiva y arrebatada a pesar de los malentendidos idiomáticos. Lamentablemente las cosas empeoraron cuando Bob volvió para impedir que su hermano Phil (Andrew Wilson) fuera encarcelado por su culpa.

Precisamente el retrato de la cotidianidad de Bob es elocuente respecto a las relaciones contradictorias de estos personajes con sus propias familias. Él forma parte de una familia acaudalada, pero la lujosa e inmensa casa familiar que aparece varias veces en escena siempre está vacía, y tan sólo conocemos a su hermano, de quien espera respeto y afecto, pero, en cambio, recibe un trato hostil y explotador, como si se tratara de un extraño o, peor aún, un enemigo. Así que, ni siquiera en el hogar hallan comprensión y protección frente a una realidad adversa e incomprensible para ellos.

Anthony vivió un tórrido romance con Inés y hasta le pidió que se fuera con él, mientras que Dignan paliaba la carencia de una aventura amorosa —aunque fuera breve y casual— jugando con artefactos pirotécnicos (bottle rockets) como si fuera un niño frustrado y solitario.

Sin Bob y su auto, Dignan hurtó un Alfa Romeo destartalado para continuar la huida, pero el convertible se estropeó en el camino y no pudieron repararlo porque Anthony le había entregado el resto del botín a Inés como regalo de despedida. Por supuesto, Dignan se molestó, lo golpeó y cada uno se fue por su lado. Después de la ruptura, Anthony quiso corregir su vida trabajando en varios empleos simultáneos y mal pagados, y Dignan se reintegró a una empresa de jardinería que, en realidad, servía como fachada de una banda de ladrones dirigida por Mr. Abe Henry (James Caan), quien únicamente se aprovechaba de la ingenuidad y nobleza de sus miembros, unos tipos con nulas habilidades para la ratería.

Así, el siguiente robo —planeado por Dignan— a una fábrica de congeladores industriales, en el que también participaron Bob y Anthony, una vez que los tres hicieron las paces, terminó en un fiasco y funcionó como la distracción ideal para que Mr. Henry saqueara la casa de Bob, quien, al igual que Dignan, también admiraba el carácter resolutivo y experimentado del jefe de la banda, la única figura paternal y con una autoridad legítima para todos ellos.

Como resultado de la operación fracasada, Dignan fue el único detenido, inculpado y encarcelado. Aceptó de manera estoica su sentencia, sin que delatara a sus amigos. Por eso, en la secuencia final de la película hallamos una tensa ambivalencia: por una parte, es evidente el cariño incondicional que hay entre los tres amigos, ya que Anthony y Bob no se olvidaron de Dignan y lo visitan en la cárcel, y éste no está resentido por su suerte, al contrario, se alegra de verlos. Por otra parte, cuando Dignan les pide de broma que le ayuden a escaparse de la cárcel, lo que asusta y estresa a Bob y a Anthony por un momento, en la broma se percibe una contundente rebeldía inicial, pero que pronto se disipa en una aceptación trágica de su situación.

Pienso que Anderson aprovecha esta tensión final para expresar una queda y ambigua resignación de sus personajes en torno a la vida que les tocó vivir o, mejor aún, el momento y la sociedad en que les tocó vivir. Sin otras opciones que la búsqueda imparable del éxito personal, un éxito que está negado para ellos, Dignan, Anthony y Bob son los tres chiflados de una clase media atrapada en una fantasía meritocrática y exitista, carente de un proyecto colectivo incluyente que genere las condiciones favorables para la vida plena de cada uno de sus miembros.

Ellos son los tres mosqueteros fracasados de una sociedad donde la verdadera locura consiste en la aceptación incuestionada de una realidad desquiciada, en que las personas son concebidas como simples unidades laborales, engranajes de la gigantesca máquina productivista que mercantiliza y arrasa con todo lo que está a su paso, incluso el mundo vivo. Individuos atomizados y separados que únicamente se reconocen como iguales cuando luchan entre sí para obtener el éxito personal (hiperindividualista), cuando compiten por ser los mejores y vencer a los demás, cuando deben ganar la carrera por el primer lugar, y con lo que aspiran, por extensión, a la aprobación y admiración de los demás, mas no a la simpatía amistosa, el afecto o, ni que decir, el amor incondicional.

En la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en su sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo las cualidades y habilidades que se exigen en todo producto de consumo. En pocas palabras, la característica más prominente de la sociedad de consumidores es su capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles.

Zygmunt Bauman

El sonido que se escucha en las entrañas del mundo donde viven Anthony, Bob y Dignan es un ruido ensordecedor, un grito metálico y distorsionado que los aturde con su exigencia demencial de que acepten con madurez esa lógica social darwinista: todos deben prepararse desde temprana edad para que se integren a ese entramado social donde predominan los más aptos, o vivirán atormentados por la culpa o la vergüenza si fracasan al hacerlo.

Así pues, el encarcelamiento de Dignan, al igual que el encierro voluntario de Anthony, es una paradójica forma de resistencia. Ambas reclusiones se presentan como elecciones vitales (motivadas por fuentes profundas) de supervivencia, como legítimas alternativas a su desesperación e incapacidad para crearse su propio lugar en el mundo, aun con la bonanza económica clintoniana de los noventa, cuando la arrogancia celebratoria de la victoria del American Way of Life tras el final de la Guerra Fría fue categórica y omnipresente. Quién lo diría: en la última gran venta de almacén del capitalismo tardío antes del 11-S, en el supermercado para privilegiados (EU) se amontonaban los losers, millones de sujetos exprimidos y desarraigados.

Anthony, Bob y Dignan descubren que, para no enloquecer de verdad, para no ceder a la auténtica locura impuesta por la gran maquinaria, deben preservar a toda costa su amistad singular, su bonhomía y, más aún, su mirada inocente sobre lo que acontece en sus vidas, aunque eso los excluya como perdedores.


[1] Adjunto la ficha técnica y la portada de la versión en Bluray de Criterion Collection:

[2] Recomiendo la consulta del video ensayo —una sobria y sucinta lección— de Thomas Flight acerca del estilo personal de Wes Anderson: cómo construye sus diálogos, cómo usa los colores, cómo hace sus encuadres, cómo mueve las cámaras, etc.

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